Ikigai: la convergencia entre pasión, habilidad, propósito y recompensa para una vida plena, arraigada en la sabiduría japonesa
Recuerdo que, en mis años de bachillerato, me debatía en mi interior entre las ciencias y las letras, me encantaban las clases de Filosofía, Historia, Literatura… y a la vez sentía que podía contribuir algo en las Ciencias de la Salud. Sin saberlo, acababa de empezar la búsqueda de mi ikigai : ese equilibrio entre lo que amamos, lo que se nos da bien, lo que la sociedad necesita de nosotros y aquello por lo que somos remunerados económicamente.
Alejarnos de ese centro de equilibrio tendrá consecuencias en unos u otros niveles, trabajar en algo que amamos, pero que el mundo no necesita para nada, nos hará sentir inútiles. Trabajar en algo por lo que nos pagan bien, pero que no queremos, nos hará sentir vacíos.
Encaminado en esta búsqueda, empecé mis estudios en Farmacia, aparentemente había salidas muy amplias, pero al ir probando una cosa tras otra, veía que ninguna me terminaba de gustar: un verano en un laboratorio de análisis clínicos, otro en una oficina de farmacia, hasta una estancia un centro de investigación de química orgánica... Más avanzaba, menos veía dónde estaba mi lugar. No fue hasta el quinto año en donde una asignatura optativa me despertó la curiosidad: «Marketing Farmacéutico».
¿De qué iba eso? No tenía ni idea, ¡pero sonaba bien!, de nuevo sin saberlo, estaba a punto de empezar a resolver mi ikigai. A pesar de que pude ir a más bien pocas clases, estudiaba los apuntes que conseguía con mucho interés y recuerdo superar la asignatura con buena nota. Y más importante, con lo que me había quedado en la cabeza era que el marketing farmacéutico era el vehículo que traducía la investigación clínica en realidades de mercado. Más adelante, vería que también era muchas otras cosas.
No sería hasta bien cumplidos los 30 años que, ̶ con la ayuda de una coach ̶ conseguiría poner en palabras nombre a mi misión vital, a lo que me iba a dar significado: «Activar nuevos proyectos en salud». Así, ni una palabra más ni una menos. Conseguir concretar en palabras, tu misión vital no es nada fácil. Requiere tiempo, observación propia y externa. Me resultaría imposible haber aterrizado mi misión sin el feedback de los demás. En qué me veían bueno, qué cosas de las que hacía les resultaban útiles, qué aspectos podía mejorar…
Tres años después, esa misión sigue intacta y aplicada en un campo totalmente diferente como es la consultoría de selección Life Sciences, pues me permite: «Activar nuevos proyectos en salud» continuamente.
El feedback de las personas que nos rodean es uno de los mayores regalos que podemos recibir. No existen feedbacks buenos, ni malos; existen percepciones de las personas que nos rodean y deberíamos aprovecharlas al máximo para seguir creciendo, y para conseguir poner un nombre y un apellido a nuestro propósito vital.
Si tu también crees que tener una mirada externa puede ser beneficioso para tu carrera, deberías echar un ojo al programa del Mentors Growth.
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